sábado, 8 de agosto de 2009

La apasionante vida de los patos de palermo.

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Cual dos señoras mayores, Lucía y yo nos sentamos en un banquito frente al lago. Mientras yo hablaba incoherencias, mi amiga se ocupaba de insultar y patear palomas.
En esas estábamos, cuando vimos cómo un pato salía de abajo de otro y seguia su camino muy campante. Fue entonces que notamos que los patos habían comenzado a actuar extraño... Andaban de a pares. Cada par estaba conformado por uno blanco (el macho, según pudimos adivinar) y uno de color (claramente, la hembra). Las hembras tenian las plumas alborotadísimas cual pato recién satisfecho.
Más allá de descubrir que se encontraban en pleno acto de seducción, nuestro ojo científico nos permitió observar distintas conductas en cada una de las parejas: estaba la pata histérica que se quedaba quietecita hasta que el macho se acercaba listo para la acción, y cuando estaba por subirse muy elegantamente sobre ella, la muy perra huia de él para irse unos metros más adelante. ¡Había patos swingers! era un grupito de cuatro que estaba un tanto más apartado del resto e intercambiaban las parejas como si nada. Cuando pensábamos que ya nada podía sorprendernos, vimos un trío: dos machos y una hembra... ninguna boluda la muchacha. No todo es placer y rosas en la vida de los patos, ya que justo enfrente nuestro, teníamos una pareja que se ve que con los años fue perdiendo la pasión: ella intentaba acercarse a él, pero este le daba la espalda y no quería saber nada.

Fue entonces que, con una mezcla de vergüenza y tristeza, notamos que mientras los patos de Palermo la pasaban bomba, nosotras estábamos sentadas en un banco de plaza un sábado a las 12 del mediodía, con caras dignas de dos hippies drogonas, hablando de la zoofilia y discutiendo si aquellos eran o no pichones de paloma.



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